Conocí
a Isabel en la cafetería de la Universidad. Yo ya estaba cursando tercero de
humanidades y en una de esas horas intermedias en las que no tenía clase me fui
a la cafetería a tomarme un café.
Me
encantaba sentarme y ver los grupos a mi alrededor, observar las caras y
escuchar las conversaciones que caían en mis oídos. Isabel entraba con una
amiga más. Las dos tenían esa mirada que solo tienen los que acaban de empezar
a estudiar.
Las
llamé y les cedí la mesa. Les gasté alguna broma que ahora no recuerdo y ellas
se rieron, creo que más haciéndome un favor que por la gracia en sí.
Me fui
de allí directo a clase, pero después de aquello me la seguí encontrando cada
vez más, en la fotocopiadora, en la biblioteca, donde descubrí que estudiaba
filología inglesa. A veces nos decíamos alguna tontería, pero hubo un día que
reuní el valor y le llevé un café a su mesa de estudio. Estuvimos sentados en
la puerta de la biblioteca toda la mañana. A pesar del viento que nos azotaba
la cara y a ella le revolvía aquella mata de pelo castaño.
Después
de aquel día empezamos a quedar para el café antes de clase, nos íbamos
conociendo poco a poco. Las tardes las dedicábamos a estudiar juntos en la
biblioteca. A mí me encantaba contarle historias sobre Almería y algún día le
ofrecí ser su guía turístico por la ciudad, para enseñarle rincones que muy
pocos conocían.
Se
acercaba la Navidad y le pedí que saliéramos juntos en Nochevieja. Mis amigos y
los suyos en la misma fiesta. Allí fue
donde le di nuestro primer beso. No fue uno de esos de película, con música de
fondo inmejorable. En realidad fue un beso torpe en el momento menos adecuado.
A ella le traía su padre y yo estaba en la puerta esperándola. Me acerqué para
darle los dos besos de rigor y felicitarle el año nuevo cuando no sé cómo le
planté mis labios en su boca medio abierta y nuestros dientes chocaron. Los dos
nos reímos.
Han
pasado cinco años de aquello, y ahora sostengo un anillo en la mano mientras
recuerdo. Hoy es Nochevieja y voy a pedirle que se case conmigo. He quedado con
ella en el mismo banco de aquella primera vez. El viento se ha puesto de mi
parte para recordarme aquella primera conversación.
Ya la
veo, ahí viene con su bufanda tan alta que no creo que pueda respirar. Cuando
se acerca a mí la abrazo y le bajo un poco esa tela negra para darle un suave
beso.
—Hace
mucho frío para estar aquí y tengo que ayudar a mi madre a preparar la cena.
¿No podías haberme dicho lo que fuera en mi casa calentitos?
No soy
capaz de hablar, la garganta se me ha quedado seca y las manos me tiemblan en
su espalda. La hago sentarse en el banco y carraspeo, a ver si así me sale la
voz. Pero nada. Así que como una imagen vale más que mil palabras hinco la
rodilla en el suelo y saco el anillo en su cajita.
Ella no
para de mirarlo, pero no se mueve, solo su pelo ondea al son del viento. Lo
saca de la caja muy despacio y se lo pone en el dedo. Ninguno de los dos hablamos,
las lágrimas se acumulan en sus ojos y en los míos. Se levanta, me levanta y nos
damos un largo abrazo.
Que bonito!
ResponderEliminarMuchas gracias. Me alegro de que te guste.
EliminarUn besillo.
¿Cómo?, ¿No hay sexo? ¿Ni sangre? O sea que...¿Era lo que parecía?, ¿Una proposición de matrimonio?...¡Vaya sorpresa!
ResponderEliminarNo en serio... No siempre un relato tiene que ser un texto hiperbólico de continuos giros inesperados. A veces, narrar algo cotidiano, algo sencillo, es lo que en ese momento nos llena, lo que queremos escribir (Aunque para los protagonistas, de cotidiano no tiene nada)... Y de eso se trata. Escribir es un ejercicio de placer
Besos
Pues no, nada de nada, el sexo para ellos, y la sangre para otros personajes. Como bien dices, a veces narrar lo cotidiano es difícil, es aburido, pero necesario. No suele hacerse, y la verdad es que me apetecía.
EliminarUn besillo.
Precioso relato, María. Por un momento temí que ella fuera a rechazarle, pero no. Las declaraciones en Noche Vieja siempre me ponen muy "tonta". Me traen recuerdos de la que me hizo mi marido, tan torpe como el beso de tus protas, hace ya veintiséis.
ResponderEliminarAinsssss me ha encantado :))
¡Un beso!
¿Ay si? Pues mira que casualidad, no lo sabía. Me alegro que lo hayas sentido cerca, eso quiere decir que lo he hecho un poquito bien.
EliminarUn besillo.
Ay que bonito, me gusta que sea así, tal cual, sin un rechazo al final o que ella esté muerta.
ResponderEliminarBesos.
Jajajaja madre mía ¿a qué os tengo acostumbrados? Tengo que escribir más amor con finles felices.
EliminarUn besillo.
Tiene razón Isidoro más arriba: no es necesario contar cosas sorprendentes o escabrosas o con sexo y violencia y muchos muertos, para hacer una buen relato. Basta con contar cosas sencillas, de las que nos pueden pasar, o de hecho, nos han pasado a todos, y contarlas bien. Tú lo has hecho con frescura conmovedora y te ha quedado un precioso micro.
ResponderEliminarUn beso.
Muchas gracias. La verdad es que si te soy sincera, no creo que sea uno de mis mejores relatos, pero al leeros, parece que no lo he hecho del todo mal.
EliminarUn besillo.
Un relato muy bonito y tierno. Tan bien contado que hasta me ha retrotraído a mi época de Universidad y mis amores estudiantiles, jeje
ResponderEliminarUn abrazo.
P.D.- La portada del blog te ha quedado muy chula.
Buenas Josep. Al final no lo he cambiado, me pillaste haciendo pruebas. Y no sé si lo cambiaré de nuevo.
EliminarMe encanta volver a la época universitaria, cuando solo te preocupabas de estudiar...
Un besillo.
Me ha encantado, es un relato tan real. Tienes que escribir mas con sentimientos como estos. Un beso.
ResponderEliminarPues lo tendré en cuenta. Me centraré un poquito en lo sentimental. Ahora con estas fechas es posible que me resulte fácil.
EliminarUn besillo.
Muy tierno y tal y como parecía, lleno de sentimientos.
ResponderEliminarBesos
Muchas gracias. Los sentimientos nunca pueden faltar.
EliminarUn besillo.
Yo quiero que se me declaren asiiiii!!
ResponderEliminarA veces no es necesario grandes actos. Solo es el momento.
EliminarUn besillo.