La
puerta del bar se abrió y aquella mujer calló a todos, que se giraron para
mirarla. Las mujeres con envidia, los hombres con deseo. Llevaba un vestido
negro como segunda piel, una raja en el lateral dejaba entrever una pierna
kilométrica y el principio de un liguero. Su pelo le caía sobre los hombros,
peinado a la moda con esas ondas que parecían bailar al son que ella marcaba.
Empezó a andar por el local. Sus pasos seguían aquella música que sonaba de fondo, y sus caderas seguían el compás del piano. Giñó el ojo al camarero y este enseguida tenía su copa favorita sobre la barra. Ella desfundó su mano enguantada y tomó la copa entre sus manos.
Muchos ojos seguían sus movimientos, algunos con disimulo, y otros no tanto. Un hombre sentado en el fondo del bar no le quitaba la mirada, y aunque ella lo sabía, no daba muestras de haberlo reconocido. Apoyada en la barra no perdía de vista a los músicos que parecían tocar solo para ella.
El hombre del traje blanco se levantó con aire de pocos amigos, y se fue directo hacia a ella, ignorando la bandeja que acababa de tirar del camarero que servía las mesas. Este no se quejó, no es bueno hacerlo ante el jefe.
Se acercó a la mujer y la agarró del brazo.
—Has tenido muchas agallas apareciendo por aquí.
La mujer intentó liberar su brazo de aquella garra, pero el hombre la tenía cogida con fuerza. Así que le sonrió con la mejor de sus sonrisas, seduciendo a todo hombre que no perdía de vista la escena, pero no a aquel tipo.
—Eso que haces ya no tiene efecto sobre mí.
El rostro de la mujer cambió en cuestión de segundos. La dureza de sus ojos podría partir el más brillante de los diamantes.
—No te saldrás con la tuya. Es mi vida y tú no puedes hacer nada.
El hombre soltó una risotada y la miró con desprecio.
—Eso haberlo pensado antes.
Sin soltarla del brazo la agarró más fuerte y la empujó hasta desaparecer con ella detrás de la puerta que ponía “Personal”.
La música sonaba más fuerte, los hombres volvían a mirar a sus acompañantes y las mujeres actuaban como si por allí no hubiera pasado el mismísimo demonio.
Sangrante, real... Gracias por este relato, María. Dejemos de invisibilizar a los monstruos. Dejemos de fingir que no nos concierne lo que ocurre detrás de las puertas.
ResponderEliminarUn abrazo
Pues si, es verdad que a veces cerramos los ojos a las cosas que ocurren detrás de las puertas, e incluso delante de nuestros ojos.
EliminarBienvenida de nuevo por estos mundos.
Un besillo.
Aunque no hubieras puesto la foto, me hubiera imaginado a Gilda en esta escena en la que no llego a tener claro quién es el mismísimo demonio
ResponderEliminarMuy bueno.
Un beso.
Pues la verdad es que lo he dejado a vuestra elección, puede ser cualquiera de los dos.
EliminarEs que Gilda ha dejado huella en los que lo hemos visto y los que no.
Un besillo.
uf menudo relato que dice muchas cosas. Felicidades.un beso. TERE.
ResponderEliminarMuchas gracias. Si es lo bueno de los relatos. POdemos decir muchas cosas.
EliminarUn besillo.
Hay mujeres que son un imán para todas las miradas, y parece que tu prota es de ésas. Parece que tiene cuentas pendientes con un tipo poco recomendable, pero a puesto a que sabe defenderse sola.
ResponderEliminarNos has descrito una escena perfecta para una femme fatale, María. La foto con la que has ilustrado el texto hace que no podamos pensar en nadie más que en Rita Hayworth... Me ha gustado mucho "ir al cine" leyéndote :))
¡Besos!
Espero que hayas dsifrutado también de la música.
EliminarLa verdad es que me encanta escribir sobre mujeres fatales.
Es que Rita es mucha Rita. Mientras escribía solo podía pensar en ella.
Un besillo.
Me ha encantado tu relato, María! No sé cual de los dos personajes encierra más peligro, si ella o él. La escena es muy cinematográfica y da la sensación de introducirte en un clásico del cine. Un fuerte abrazo! ; )
ResponderEliminarPues en este caso yo tampoco lo sé. La verdad es que los dos tienen su peligro. A saber lo que pasará detrás de esa puerta.
EliminarUn besillo.
Cierto que la foto de Gilda le va que ni al pelo al relato. Aunque al leerlo he sentido una punzada de desprecio hacia él, ese arrastrarla hacia detrás de una puerta donde no sabemos qué va a pasar. Aunque cómo han dicho tiene todas la pinta de poder defenderse sola.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho, María.
Un besazo.
Si, él tampoco se anda con chiquitas, muy bueno no es.
EliminarSolo espero que detrás de esa puerta sea ella la que salga vencedora.
Un besillo.
¡Hola! Me pasa como a Rosa, aunque no hubieras puesto a Gilda me la habría imaginado. Como siempre un relato genial, tengo dudas sobre cual es el demonio.
ResponderEliminarBesos.
Si, el demonio puede ser cualquiera de los dos. Ya a elección de cada uno.
EliminarUn besillo.