Hoy es
mi primera clase de “Poesía del siglo XX”. No me gusta nada la poesí, pero no
puedo evitarla por más tiempo. Mi carrera no está muy bien planteada y las
optativas se convierten en obligatorias. Cuando tienes que coger veinte de
diecinueve no te queda más remedio.
Así que
aquí estoy en una de las filas de en medio. No sé por qué está tan llena esta
clase. La poesía se ha puesto de moda y ahora todos quieren escribirla. Yo
estoy deseando salir de aquí, tengo que hacer un trabajo para lingüística y
necesito ir a la biblioteca.
El
profesor entra, ya lo he visto antes deambulando por los pasillos siempre con
libros en la mano. Yo nunca lo he tenido, así que a ver lo que me espera. Se
presenta y da los buenos días. Entierra
la cabeza en el libro y no nos mira directamente. La clase no está en completo
silencio, hay murmullos y risitas. Yo lo miro y espero con el boli bailando
entre mis dedos.
Empieza
a leer y aquí es cuando mi mundo se paraliza. Está recitando poesía, pero no
como nos enseñaron en el colegio, con esas entonaciones frías y baratas. Está
cantando a las letras, como si fuera su forma de hablar. A mitad del poema
cierro la boca, porque me he dado cuenta de que se me ha quedado abierta y un
hilillo de baba empezaba a asomar por la comisura de mis labios.
Literalmente
estoy babeando por mi profesor. Cuando termina, empieza a exponer a la clase
entre poesías que lee en sus libros y sus explicaciones vividas. Cuando llega
la hora de irse me he dado cuenta de que mi folio está en blanco sobre la mesa.
Ni una sola palabra, no he copiado apuntes.
Me
quedo un rato sentada, hasta que empiezan a entrar los de la clase siguiente,
así que salgo y me voy a la biblioteca todavía estupefacta. Ya estoy en tercero
y hasta hoy ningún profesor me había gustado tanto.
Pasan
los días y con cada clase suya me enamoro más de él. Lo he grabado en mi móvil
y me pongo su voz para escucharlo cada noche para dormir. No se lo he contado a
nadie. Es mi secreto.
Hoy me
voy a la biblioteca a hacer un par de trabajos que tengo atrasados. Me siento
en la mesa que está vacía y la lleno de libros que he cogido para consultar.
Cuando llevo allí una hora veo unos pies que se deslizan en la estantería de al
lado, levanto la cabeza y ahí está él. Buscando algún libro entre tanto tesoro.
Noto como el calor me sube hasta las mejillas y me quito el pañuelo que llevo al
cuello.
Debato
conmigo misma si me levanto y lo saludo o me quedo en la mesa haciendo caso
omiso de su presencia, pero no puedo, ya llevo sentada un rato sin hacer nada y
parezco tonta. Así que en un arrebato empujo la silla y me levanto. Lo he hecho
ten rápido que ha hecho más ruido del que quería. Él se ha girado y me ha
mirado, pero parece que no me ha reconocido.
He
decidido que voy a hablar con él. Así que me acerco y en susurros le digo:
—Hola
profesor X. Soy alumna suya en su clase de Poesía del siglo XX.
Me mira
como si fuera un mosquito molesto, pero yo sigo en mis trece.
—Quería
decirle que recita poesía muy bien. Y que sus clases son inspiradoras. A mí
nunca me ha gustado la...
—Perdona,
tengo una clase ahora y me tengo que ir.
Y así,
como llegó a mi vida, desapareció, dejándome con la palabra en la boca y
llevándose todo mi amor por él. Sin poesías, sin lamentos, sin palabras de amor
torturadas. Solo con la sensación de haber perdido el tiempo en un amor sin
fundamento.
¡Menudo chasco! Parece que todo el encanto y la magia de las que el profesor hacía gala en sus clases, no eran más que su modo de enseñar. ¿O es que quizás ella lo había idealizado? En cualquier caso creo que no es un mal final. Algunas cosas es mejor terminarlas antes de que se compliquen.
ResponderEliminarEn absoluto esperaba ese final, María. Me has dado que pensar sobre cómo vemos a las personas, cómo son en realidad y cómo se ven ellas mismas...
¡Un besillo de sábado!
A veces tendemos a idealizar a la persona que no conocemos, ya sea nuestro profesor, o incluso un cantante o alguien más cercano. Pero cuando lo conocemos nos damos cuenta de que es una persona real como todos nosotros.
EliminarUn besillo.
Genial relato, María, me ha encantado. A veces nos dejamos engañar por aspectos maravillosos de una persona e imaginamos que todo en ella es igual de bueno, sin pensar que puede ser una persona detestable o sencillamente antipática y leer poesía (o escribir o actuar o explicar) maravillosamente.
ResponderEliminarTú has conseguido transmitirlo a la perfección.
Un beso.
Cuando no conocemos a las personas realmente, a veces tendemos a idealizarlos. Lo mejor es saber que ellos son personas y tienen sus defectos y virtudes como cualquier otro.
EliminarUn besillo.
Estos casos ocurren más a menudo de lo que pensamos, el querer acercarnos a alguien porque sentimos algo de admiración y que nos ignoren. O peor, que nos caigan muy mal en realidad.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho tu relato, yo tampoco soy muy aficionada a la poseía, bueno, la valoro, pero no sé escribirla. Alguna vez lo he intentado pero es muy cutre lo que me sale.
Un besito guapa!
A mí la poesía no me gusta mucho, no la entiendo, así que eso hace que no la lea. Yo soy un poco como la prota, en la carrera rehuía esas asignaturas.
EliminarUn besillo.
A esto se le llama literalmente: recibir calabazas. Si al menos le hubiera dado alguna excusa rimada... hubiera sido dulce de calabaza.
ResponderEliminarBesos.
Totalmente. Aunque el profesor no es consciente del enamoramiento de la alumna. Y si lo fuera, no sé si se hubiera comportado diferente con ella.
EliminarUn besillo.