El sol
sale como todos los días. La gente se levanta para sus tareas. Las mujeres
ponen los pies en el suelo con los primeros cantos del gallo. Los hombres se
preparan para trabajar. Desayuno en silencio, mientras ella echa el café en una
taza desconchada. La comida preparada en una bolsa y un gruñido somnoliento de
despedida. Ella recoge en el silencio, mientras se acaricia la barriga para
sosegar al hijo que aún está por nacer.
Se
prepara para salir, se calma, porque sabe que no es el mejor momento del día.
Los deseos de un buen día ya no son lo que eran. Se hacen en silencio, con la
cabeza gacha intentando no decir más de la cuenta. Hermanos enfrentados,
vecinos de distinto color que antes jugaban a las cartas en la taberna del
pueblo.
Ahora
ya no hay momentos de tasca. Allí solo van los soldados, aquellos hombres que
llevan su uniforme, algunos con orgullo y otros por obligación. Unos niños
apenas destetados y hombres cansados de la vida que les ha tocado defender. Esos
que desfogan su frustración con los gritos a los inexpertos, por no poder pasar
sus últimos días a los pies del fuego de su hogar.
Y
ellas, valientes, se esconden. Luchan a escondidas por tener algo de consuelo
en sus primas, hermanas y vecinas. Por las calles ni se miran, saben disimular.
Cuando llegan al cerro todo cambia. Mujeres en hermandad leyendo cartas de los
que mandaron lejos a luchar por una guerra que se encuentra demasiado lejos.
Mujeres que lloran por los ya perdidos, por los no encontrados o por los que
aún no han vuelto. Todas ellas sin colores ni banderas, solo ellas, en busca de
un consuelo que no llega.
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Imagen sacada de la red. |
Me ha encantado el relato, María! Es triste pero refleja una parte de nuestra historia, y no demasiado lejana... Solo puedo esperar a que no se repita ese periplo oscuro, nunca jamás. Un fuerte abrazo! ; )
ResponderEliminarPues dicen que el hombre está condenado a repetir su historia, así que... no andamos desencaminados.
EliminarUn besillo.
cruda y real ,y con palabras sencillas logras colocarnos en el epicentro de sus sentimientos, muy buen relato de principio a fin.
ResponderEliminarMuchas gracias, me alegro de que te haya gustado y así te lo haya parecido.
EliminarUn besillo.
La dura existencia de quienes sufrieron (y sufren en otras latitudes) la misera, el horror y el desconsuelo de la guerra y de la pérdida de sus seres queridos. Esas mujeres valientes o resignadas que aguantaron el dolor y la miseria.
ResponderEliminarUn estupendo relato, María.
Un beso.
Pues si, no nos tenemos que ir muy lejos, nuestra propia historia está ahí al lado. El odio es la única arma para que una guerra se repita.
EliminarUn besillo.
María, qué te digo, me parece un relato triste pero excelente. La otra cara de una realidad que como te dice Ramón, no está muy lejana.
ResponderEliminarUn beso, y feliz fin de semana.
Pues no, no está muy lejana, y eso es lo que da pena. Pero en fin, a ver si algún día podemos dejar de repetir la historia.
EliminarUn besillo.
Y mueren sin consuelo, lo que vuelve el panorama (si es posible) todavía peor.
ResponderEliminarSaludos y saludes!
Además de verdad. Es una pena.
EliminarUn besillo.