El sol
estaba a punto de salir, pero hoy las nubes lo taparían. De todos modos, yo no
lo vería, por lo menos no con estos ojos. Acaricié el pelaje suave del lobo que
dormía en mi cama, casi distraídamente, sin prestarle mucha atención. Él
levantó la cabeza y me miró, pero volvió a cerrar sus ojos. Resignado al paso
del tiempo.
Me levanté desnuda de aquella cama de sábanas revueltas, de pelos y plumas enredados. Salí de la cabaña seguida de mi fiel compañero, siempre atento a mis pasos. Mi mano se posó en su lomo y los dos fuimos juntos hacia aquel precipicio de libertad, aquel trocito de nuestra historia. Mi lobo se paró en seco mucho antes de llegar al filo de nuestra separación. Yo besé su hocico y acaricié su oreja, él giró su cara hacia mi mano.
Lo solté y girándome una vez más le dije adiós. Y acercándome al vacío, salté, salté como siempre, con los ojos cerrados a una vida de leyenda, a una maldición certera. Mis ojos cambiaron, mis brazos fueron alas, y mi grito se tornó agudo.
Bonito y sorprendente relato, a la vez que muy mítico.
ResponderEliminarMucha suerte en este reto. Yo esta vez quedo fuera. Demasiadas cosas en este final de curso.
Un beso.
Es que los finales de curso son arrolladores, y más con este trimestre tan corto. Pero seguro que todo llega bien a su fin.
EliminarMe alegro de que te haya gustado.
Un besillo.
Hay amores que sobrevivien incluso a las maldiciones; el de tu relato es uno de ellos. Espero que con el tiempo puedan reunnirse al borde de ese abismo siendo hombre y mujer... :)
ResponderEliminarUn texto precioso, María. Es increíble cómo una misma imagen puede inspirar de formas tan diferentes a las personas. Me ha encantado.
¡Un beso de jueves!
Pues si, pero ya sabemos que al final pudieron reunirse. Jijiji.
EliminarLa verdade es que da gusto encontrarse tantos textos para una imagen. Francisco debe de estar muy contento.
Un besillo.