Me
senté en aquel sofá de un marrón horrible. Inmediatamente me engulló. Lo hizo
de tal manera que sabía que no me podría levantar sola. Delante de mis ojos una
ventana enorme me abría paso a mi pasado, a lo único que había conocido hasta ahora,
a él.
A mi
alrededor oía murmullos de palabras, consuelos y frases hechas para esos
momentos en los que no sabes que decir, ropa negra por todas partes y yo con mi
sonrisa de serie. La tenía instalada en aquella piel cuarteada de la sal que
había corrido por ella. Ya no quedaba más, así que solo me senté a esperar.
Mis
ojos estaban fijos en aquella ventana. Desde fuera sabía lo que veía la gente,
la pobre viuda embarazada de ocho meses. Lo que diría la gente “se le ha ido la
cabeza”. Pero a mí me daba igual, yo solo miraba a través del cristal, a través
de esa caja inerte, a través del tiempo y del espacio.
Yo
miraba embelesada aquel ángel negro, aquel ser que acariciaba la cara
translucida de mi marido. Aquel ser que le susurraba al oído como una madre
acuna a su hijo. Yo notaba como algo en él cambiaba, su gesto era el mismo pero
la paz se reflejaba sin dudas ni penas. Me toqué la barriga inconscientemente,
mi pequeño pateaba con fuerza como si supiera lo que estaba pasando en ese momento.
Alguien
se sentó a mi lado y me cogió la mano. Empezó a decirme cosas que yo no
escuchaba. Al ver que no le contestaba, me dio unos golpecitos de ánimos en la
mano y se fue, dejándome con mi mirada
perdida.
Yo
sabía que no era una mirada alejada del mundo, era la mirada al amor. Lo vi
levantarse de la caja sin esfuerzo, absorbido por la magia de aquel ángel que
lo atraía. Los dos me miraron, yo asentí. En un parpadeo desaparecieron. Miré a
la caja, y allí seguía, pero ya no estaba, se había ido al fin.
Y
entonces, rendida a la evidencia lloré, lloré como no lo había hecho hasta ese
momento. Lloré desgarrada por el dolor, lloré entre abrazos, besos y palabras
amables. Lloré entre los suspiros de alivio de la gente que se alegraban de que
no me hubiera vuelto loca. Mi mano en mi barriga protegiendo lo que más quería,
y en mi cabeza un único pensamiento: “Por él”.
Muy emotivo. Gracias!Besos
ResponderEliminarGracias a ti por pasarte y leer.
EliminarUn besillo.
Me gusta eso de ir sintiendote poco a poco en la situación... El sofá, la ventana, la gente de negro, la compasión, el dolor y, al fin, la liberación. El ritmo, que te lleva y te hace comprender lo que la madre siente, lo es todo en este magnífico relato. Te felicito María. Beso grande
ResponderEliminarMuchas gracias. La verdad es que me encanta llevaros por un camino predefinido hasta ese final.
EliminarUn besillo.
Terrible situación ésta que se vive primero con un sentimiento de irrealidad, a la que le sigue una explosión desconsolada para acabar en la resignación y, en este caso, con la voluntad de seguir adelante por amor el ser que pronto verá la luz y vendrá a alegrar la vida de quien ahora se siente desgraciada.
ResponderEliminarUn beso.
Pues si, es un yin y yan, lo bueno y lo malo. Todo con sentimientos encontrados.
EliminarPero sabemos que al final ganará la alegría, porque así es el ser humano, nos vamos reponiendo con cada caída.
Un besillo.
Mucha tensión ante esa despedida inasumible para los que aman.
ResponderEliminarBesos
Si, es lo malo de esos momentos, menos mal que pronto se vuelven una irrealidad del pasado.
EliminarUn besillo.
Muy bueno, María. Alprincipio no sabía muy bien de qué iba y llegó a recordarme ¡¡"La semilla del diablo"!! Luego ya nos vas metiendo en la historia muy bien.
ResponderEliminarUn beso.
Ufff que miedito me das. Creo que es de las pocas películas de miedo que he visto y no volveré a ver.
EliminarUn besillo.
Has dibujado perfectamente la escena, consigues que esa despedida inevitable sea tierna y llena de amor.
ResponderEliminarBesos
Me alegro que así te lo haya parecido porque era lo que intentaba mostrar con el relato.
EliminarUn besillo.
Qué bonito relato, María. Triste y duro, pero repleto de amor...
ResponderEliminarBesillos muchos!!!
Si, es que es duro perder a un ser querido, pero luego siempre nos queda la esperanza, y ese dolor e mitiga.
EliminarUn besillo.
Estremecedor, María. La situación de tu protagonista es terrible, la más dolorosa que se me ocurre ahora mismo, aunque ella encuentra algún consuelo en su visión, que quiero pensar era real además de reconfortante. Muy bueno, me has puesto el vello de punta.
ResponderEliminar¡Un beso!
Si la verdad es que es una situación dura, pero los humanos sabemos salir de esos malos momentos.
EliminarUn besillo.
Una despedida triste para quien deja un vacío en el alma. Vas relatando el momento del velatorio. Un abrazo Maria
ResponderEliminarPues si, esas despedidas siempre son tristes, pero bueno, luego viene una buena noticia. Siempre hay que ver el lado bueno de las cosas.
EliminarUn besillo.