Andaba entre los escombros con su
muñeca de trapo en la mano. Su pelo rubio recogido en dos trenzas maltrechas se
escondía tras la ceniza que lo empañaba. Con solo ocho años caminaba sola, casi
dando saltitos entre las piedras amontonadas en la calle sin ningún orden.
La gente empezaba a salir de los
refugios entornando los ojos para esconderse del sol que daba luz a un
escenario que nadie quería ver. Un hombre sentado contra la pared de una
panadería se agarraba el hombro donde antes había un brazo. No gritaba, no
lloraba, solo se aferraba como si así pudiera darle vida a aquel trozo inerte
de carne que yacía unos metros más allá.
La niña lo miró y le sonrió, el hombre
le devolvió lo que pudo ser una sonrisa, más por inercia que por pura cortesía.
Se quedó observando aquella niña con su falda de cuadros, sus zapatos tres
tallas más grandes y con un solo calcetín rojo. Saltaba por las piedras como si
aquello fuera un juego, sin rumbo fijo, solo saltaba.
Un grito desgarrador se oyó en la
lejanía, la niña no se volvió, solo el hombre vio como una mujer abrazaba un
cuerpo inerte en el suelo, que debía de ser su marido, o su hijo. Desde allí no
lo distinguía. Unos hombres se acercaron e intentaron llevársela, pero ella se
agarraba con tanta fuerza que los levantaron a los dos. Tampoco era mucho peso,
el hambre de la guerra no dejaba que los cuerpos pesaran más de la cuenta.
La niña empezó a tararear una canción.
El llanto de aquella mujer la acunaba de fondo, mientras la niña cantaba cada
vez más fuerte. El hombre cerró los ojos acompañando a la música de aquella
niña, y sin darse cuenta sus labios se movían al compás. La calle empezaba a
cobrar vida, y cada vez más gente salía de sus escondites para limpiar, recoger
a los heridos y buscar a los seres perdidos durante el bombardeo.
Mientras la gente se movía
sistemáticamente, algunos con lágrimas en los ojos, otros ya secos de tanto
llanto, sus gargantas siguieron aquella niña. De la misma manera que se movían
sin pensar, sus voces se alzaron a través de los escombros y las nubes grises
de polvo.
Un hombre que se presentó como médico
con una maleta marrón en la mano, se acercó al hombre sin brazo. Un camión que
hacía las veces de ambulancia subía a los heridos para llevarlos al hospital.
El médico ayudó al hombre a levantarse para llevárselo también.
— Está sola.
El médico giró la cabeza en la misma
dirección que miraba el hombre. La tristeza y el agotamiento se reflejaban en
su cara.
— ¿Y quién no lo está?
Hizo andar al hombre en dirección a la
ambulancia mientras él giraba la cara solo para ver el rostro una vez más de
aquella niña saltando sobre las piedras. Ella levantó la mirada y le volvió a sonreír
para volver a su juego.
Un avión pasó rezagado por encima de
sus cabezas, la niña miró al cielo azul con una mano en su frente para
protegerse del sol. Al mismo tiempo una bomba caía a escasos metros de su
cuerpo, haciéndola volar alto, mientras ella sonreía agarrada a su muñeca de
trapo.
María has vuelto con relatos de desolación y desesperanza ¿Tu estado de ánimo tiene algo que ver con ello?
ResponderEliminarCiertamente los relatos sobre guerras nunca son alegres ¿Por qué nos empeñamos en hacer daño al semejante?
Un beso.
Pes la verdad es que mi estado de ánimo siempre influye en mis relatos. Pero también es verdad que el otro día me hablaron de La lista de Schindler y me he inspirado en ello. Cuando mi ánimo no acompaña busco música que me ayude. De ahí incluir el Adagio de Albinoni.
EliminarLas guerras nunca son alegres ni justas.
Un besillo.
Ayyyy yo estaba pensando en La lista de Schindler y la niña del abrigo rojo y veo que iba en la dirección más o menos correcta.
ResponderEliminarLo que me ha gustado, además de lo bien descrito, es que en el fondo es atemporal, puedes ubicarlo en Siria o en cualquiera de los lugares que ahora están dejando planos y sin civiles.
Un besito.
Pue si , la pena es que sea tan atemporal. Ya nos gustaría que pudiera ser de una guerra lejana, pero las tenemos aquí, tan cerca...
EliminarUn besillo.
Un relato desgarrador y lleno de fuerza, María. Creo que todos hubiésemos preferido un final más acorde con un cuento, bonito pero irreal, pero es que las guerras no tienen nada de bonito ni, desgraciadamente, de irreal. Muy bueno, me dejas el corazón encogido.
ResponderEliminar¡Un beso!
Los finales de cuento son los mejores, pero a veces me gusta plasmar esa realidad que nos plla lejana y a la vez tan cerca.
EliminarUn besillo.
El gran mérito que veo en ese estupendo relato es el saber conjugar tan bien lo trágico con lo poético. Por otra parte, retrata a la perfección una escena y un escenario que nacen del horror de la guerra.
ResponderEliminarUn beso.
Ay muchas gracias Josep, tus palabras siempre me animan.
EliminarUn besillo.
María, has vuelto en esta nueva etapa con una vena negra y truculenta que me encanta. Aunque este relato trasciende lo negro para hacerse crítica social, política, etc. Y además, te rompe el alma.
ResponderEliminarUn beso.
Pues si, parece que lo negro me acecha en la oscuridad, jejeje o por lo menos en mis letras. Me encanta probar todos tipo de géneros. No me gusta quedarme en uno. Así que a lo mejor dentro de poco me ves rebuscando por otros lares.
EliminarUn besillo.
Una historia de guerra que nos hace desgarrar el corazón. Cuando iba leyendo me vino a mi mente la Lista de Schindler una película de guerra. Nos trasladas a cualquier guerra . Nunca más debería haber mas guerras. un abrazo
ResponderEliminarMuchas gracias guapa. La verdad es que me he inspirdo en ella pra escribirlo. El otro día estuve hablando de ella y se ve que me ha calado hondo, jejeje.
EliminarUn besillo.
Mucho dolor menos mal que transportado en tan buena prosa. Me dio la sensación que quien escribió este cuento es tu niña que alguna vez sufrió el abandono y conoció la asistencia del cielo.
ResponderEliminarAbrazote de parte de mi niña.
Pues la verdad es que abandono no he sentido. Pero podría ser. Lo bueno de escribir es que puedes inventar mil personajes y millones de historias.
EliminarUn besillo.