Corría,
corría todo lo que mis piernas me dejaban. Ya no las sentía, esos pinchazos que
había notado, se habían instalado como parte de mí. Ya no miraba atrás, solo
corría, corría sin un destino concreto, sin nada a donde ir. Las lágrimas ya se
habían secado en mi cara, con lo que el aire me la cortaba con cada zancada.
Ahora solo me quedaba la rabia, esa rabia que me impulsaba a seguir, a
abandonar todo lo que tenía atrás para encontrar un nuevo sentido a todo esto.
Mil
imágenes se agolpaban en mi cabeza, pero ninguna era lo suficientemente nítida
como para recordar algo en concreto. Todo estaba desordenado, todo era una
película ajena a mí, una de esas que ves en el cine sin apartar los ojos de la pantalla
por miedo a no perderte nada.
Y sin
embargo yo no podía dilucidar qué era lo que había pasado primero, que me había
llevado a correr sin rumbo, a salir de esa vida que me ahogaba con cada
segundo, a querer dejarlo todo en un pasado que todavía no había llegado.
Seguía
corriendo, por impulso, no por querer hacerlo. Hasta que mi pie derecho pisó
mal y tropecé. Caí en mitad del asfalto dejándome las manos en el camino. Sangraban
llenas de pequeñitas piedras que se incrustaban más en mi alma que en mi propia
piel.
Y
entonces los recuerdos empezaron a tomar sentido en mi cabeza, y allí en mitad
de la noche, en mitad del asfalto, grité, expulsé todo el aire que me quedaba
en los pulmones para sacar todo lo que no podía decir, en un solo grito, para
todos, para nadie.
Un gato
negro se me quedó mirando, yo le devolví la mirada, y siguió su camino como si
solo fuera una mosca que se cruza en su camino. Me miraba las manos, sangrando,
las lágrimas volvían a brotar sin control, y yo sentada en mitad del asfalto,
en mitad de la nada.
No me
levanté, seguía ordenando en mi cabeza todo lo que me había llevado hasta allí,
momentos inconexos que me hacían ahogarme en un mundo que ya no era el mío. Un
mundo que acababa de desaparecer. Pero yo seguía aquí, seguía viva, y lo único
que tenía que hacer era correr.
Me
levanté y con los pantalones, las manos y mi corazón destrozados, seguí
corriendo. Todo lo que tenía que hacer era correr.
Escribes muy bien! Transmies bien la sensación de miedo y tensión!
ResponderEliminarUn saludo :))
Muchas gracias. Me alegro de que te guste.
EliminarUn besillo.
Al correr algo te dejabas atrás, lo bueno es que al describir este relato dejas ese halo de incertidumbre, de no saber por qué corrías, y si que supimos que te pasó. Muy bueno . Un abrazo
ResponderEliminarEra un poco la sensación que quería dejar, así que supongo que lo he logrado. Muchas gracias guapa.
EliminarUn besillo.
Excelente, María. Un grito para todos, para nadie... y seguí corriendo...
ResponderEliminarHas acelerado mi pulso y erizado la piel... me encantó.
Muchos besitos!!!
Me alegra hacerte sentir, es lo mejor de escribir. Llevaros sensaciones.
EliminarUn besillo.
Muy bueno tu relato María. Sugiere muchas cosas y deja libertad a la imaginación del lector. Como a mí me gusta. Y ese final que es como el principio me ha encantado.
ResponderEliminarUn beso.
Muchas gracias Rosa, no sé porqué pero me encanta dejar al lector la libertad de imaginar.
EliminarUn besillo.
Me he sentido identificada con tu texto. Una metáfora completa de sensaciones.
ResponderEliminarSaludos.
Muchas gracias, me alegro de haber llegado tanto a ti, como para sentrte identificada.
EliminarUn abrazo.
Buenos días!!! Qué bueno, me ha encantado, dejas una sensación...y además dejas espacio a la imaginación del lector. Genial.
ResponderEliminarBesos y feliz finde.
Si me encanta dejaros que imaginéis por vuestra cuenta. Así es más divertido.
EliminarUn besillo.
Espero que la narración haya servido a tu protagonista para dejar parte del temor y la angustia atrás, porque te aseguro que una parte importante se queda con nosotros, los lectores. Muy bien transmitido, María, me ha gustado mucho.
ResponderEliminar¡Un beso de domingo!
Muchas gracias, la verdad es que formas de desahogo hay muchas, pero correr parece que te da fuerzas para empezar algo nuevo.
EliminarUn besillo.
Muy bien, María. El correr como vía de escape... a lo que sea. Logradísima esa sensación de soledad, de abandono. Y esa caída, ese momento de reflexión en la nada, para luego... seguir la carrera. Me gusta. Besos
ResponderEliminarA veces correr te ayuda a ver las cosas de otra manera, aunque no consigas escapar, por lo menos te relaja.
EliminarUn besillo.