Cuando
en sus últimos momentos me dijo: “te doy la llave de mi corazón”, no sabía lo
que aquello significaba.
Fernando
llegó un caluroso día de agosto. Su corazón se apagaba y la lista de
trasplantes no avanzaba, o por lo menos no al ritmo que él necesitaba.
Al
llegar era un hombre gruñón, arisco, sin familiares que lo visitaran, solo él
en su mundo con su corazón marchito y según los rumores, una fortuna en algún
banco.
Mis
compañeras siempre llegaban enfadadas cuando lo atendían, pronto fui la única
enfermera que se atrevía a entrar en su mundo. Normalmente me contestaba con
monosílabos o me rugía con alguna de sus quejas interminables. A pesar de no
tener fuerza casi de respirar, poseía una fortaleza inusitada para hacernos
llegar sus protestas.
Yo lo
recibía con sonrisas y con palabras amables que se perdían entre sus gruñidos.
Así es como yo soy, siempre encuentro algo bueno en las personas. Y él me daba
pena en realidad. Su forma de defenderse del mundo era a través de su mal
humor. La soledad le había vuelto irascible.
Un día
le pregunté por su familia, él no me contestó, simplemente volvió la vista
hacia la ventana y suspiró. Creí ver cómo dos lágrimas asomaban a sus ojos, así
que me fui arrepentida de preguntar algo que podría haber visto en el
historial.
Historial
que rezaba: Varón de 48 años, sin familiares directos, soltero, sin hijos. Y
demás información médica que ya me sabía de memoria.
Lloré,
lloré por él, por aquel hombre que se le apagaba la vida antes de vivirla.
Aquel hombre con un corazón roto, que se moría sin haber amado.
Al día
siguiente me senté a su lado cuando acabé mi turno. Me llevé “Absurdamente”, un
libro con el que me había reído hasta la saciedad, y me puse a leer en voz
alta. Fernando puso los ojos en blanco, pero aun así me escuchó. No dijo nada,
y cuando pasó una hora, cerré el libro y me fui, llevándome alguna sonrisa de
sus labios.
Al día
siguiente, él me gastó una broma, una de esas que no tienen gracia, pero que te
ríes por cortesía. Él me miró con una sonrisa triste.
— ¿Me
leerás hoy?
— Claro
que sí.
Cuando
acababa mi turno, me acercaba a su cama con distintos libros y me sentaba a
leerle. En los turnos nocturnos, en vez de acostarme a dormir, me pasaba las
horas libres al lado de su cama con un libro en la mano. A veces dejaba de leer
y le contaba historias de mi vida, él casi no me hablaba, pero escuchaba atento
todas mis palabras.
Un día,
como cualquier otro, un día de octubre en el que yo había vuelto a mirar por
enésima vez la lista de trasplantes en busca de un corazón para Fernando, me
fui a su cama. Él me miró con la derrota pintada en su cara. Sabíamos que aquel
era nuestro último día.
Me
acerqué a su cama y me senté a su lado. Fernando me cogió mis manos entre las
suyas, y dejó caer una llave. Yo la miré y lo miré a él.
— Te
doy la llave de mi corazón. Eres la única que ha entrado en él. Siento no haber
tenido más tiempo.
Yo
cerré el puño y la apreté fuerte. No pude articular palabra. Él murió a lo
largo del día, cuando yo estaba con otro enfermo haciéndole pruebas. Me fui en
cuanto ocurrió, no podía seguir allí. Las lágrimas me abrasaban. Así que me fui
a casa a llorar, llorar por alguien que apenas conocía, por una persona que se
había llevado parte de mi corazón con el suyo.
Tres días
después un abogado se presentó en mi casa. Me traía las últimas voluntades de
Fernando. Me dejaba su casa, y toda su fortuna. A mí, a una desconocida, a una
mujer que solo conoció entre cuatro paredes de una habitación de hospital.
Entre
todas las cosas que me dejaba, me dio una caja. Una caja de madera con un
candado en forma de corazón. No tenía llave.
Cuando
el abogado se fue, busqué la llave que me había dado el último día de su vida y
la abrí.
En ella
varios recortes de prensa de sus logros profesionales, todos hablaban de un
hombre que había surgido de la nada, que había creado un imperio a raíz de una
tienda en un barrio modesto.
Fotos
en blanco y negro de una pareja con un niño, supuse que serían sus padres.
Fotos de otras épocas felices. Me di cuenta de que no sabía nada de su vida.
Que era un auténtico desconocido para mí.
Entre
todas aquellas cosas encontré un sobre cerrado con mi nombre. Dejé la caja a un
lado y lo abrí.
Querida Marta:
El amor de mi vida, el único amor que ha llegado a mi corazón. Te
resultará extraño que te hable así, pensarás que soy un desconocido, pero yo te
conocí el primer día que entré por la puerta de aquel hospital.
Has sido la luz que me faltaba, el latido que impulsa mi corazón, más
allá de lo que él hubiera vivido. Me has dado más horas, mas días, me has dado
la felicidad que me faltaba desde que murieron mis padres. Tú me has dado amor
en el último aliento de vida. Gracias por hacerme feliz, gracias por enseñarme
el amor verdadero. Un amor distinto, sin besos, sin caricias, pero al fin y al
cabo, amor.
Te pido por favor que aceptes mi corazón, que aceptes todo lo que te
doy, porque no conozco a nadie más que se lo merezca tanto.
Me llevo con mi corazón parte del tuyo. Gracias por ser mía en mis
sueños, gracias por leerme las letras de tu corazón. Gracias por convertirte en
el trozo de corazón que me faltaba.
Por siempre.
Fernando.
Qué precioso María!!!!1 Es muy triste pero me gustan las historias tristes y me has enganchado desde la primera palabra. Un besín.
ResponderEliminarMe alegro de que te haya enganchado, si un poco triste...
EliminarUn besillo.
Qué bonito, María. A mí también me ha enganchado y lo he leído abobada. Desde luego, razón tenía Fernando: eso era amor, sin caricias, pero de una generosidad y entrega increíbles.
ResponderEliminarUn abrazo.
Pues si, es otro tipo de amor. Pero como tú dices de una generosidad increíble.
EliminarHay muchos tipos de amor, lo bueno es dar con el tuyo.
Un besillo.
últimamente tus relatos están impregnados de melancolía y tristeza pero,Qué bien sabes atrapar al personal. Tienes las llaves de nuestros corazones.
ResponderEliminarsigues siendo muy mala chica escribiendo estos relatos tan tristes que nos conmueven tanto.
Besos
Ayyy que bonito las cosas que me dices. Tengo las llaves de vuestros corazones. Prometo que empezaré a escribir cositas más alegres.
EliminarUn besillo.
Un relato triste pero lleno de amor y generosidad. A veces llegan almas solitarias a la residencia donde trabajo y son personas ariscas , pero en cuanto le das un poco de amor cambian y son más accesible y te dan más confianza. Un abrazo
ResponderEliminarLa verdad es que la soledad siempre hace mella en nosotros.
EliminarUn besillo.
Muy bonito y triste María, pero al mismo tiempo me parece esperanzador. Ese hombre no se fue solo, y eso es lo más importante. Ella le enseñó lecciones que son impagables, como la de ser querido por alguien, cuidado... con sus lecturas y cuidados, Marta logró romper barreras de hierro con su interior. Y es que me parece una persona que sabe mirar de verdad, a parte de con los ojos, con el alma ; )
ResponderEliminarLa verdad es que se encontraron dos seres especiales que supieron encontrar el amor en las más tristes circunstancias.
EliminarUn besillo.
Un bellísimo relato impregnado de amor y de melancolía. Qué pena que a veces lleguemos tarde, que el tiempo se escurra entre las manos sin haber podido empezar algo que hemos anhelado, sin haber podido conocer a la persona adecuada. A veces el tiempo es implacable y no atiende a los sentimientos humanos.
ResponderEliminarMe ha encantado esta tierna historia y el guiño a la obra de Pedro Fabelo.
Un abrazo.
El tiempo es inplacable y no conoce de sentimientos como tú bien dices. Solo hay que dejarlo pasar y saborearlo lo mejor que podamos.
EliminarUn besillo.