Llegué
un 24 de diciembre. Fui el regalo de una niña de siete años. Pagaron mucho por
mí, mi estirpe lo merecía. Yo era el último de mis siete hermanos. Todos fuimos
concebidos para perpetuar nuestra especie. Nuestra madre vivía entre algodones.
Un requisito fundamental para que naciéramos todos.
Me
separaron de mis hermanos y de mi madre con siete días de vida. Con un
certificado que decía lo bueno que era. Yo me lo creía, así que andaba como
andan los de las especies superiores. O como mis cortas patitas me permitían.
La
verdad es que al llegar a mi nueva casa con mi nueva familia me pasaba el día
durmiendo en los brazos de aquella preciosidad de niña. Me metía en su cama y
me dormía en el arrullo de esas mantas calentitas. Y cuando me despertaba, ella
estaba allí para jugar conmigo.
Poco a
poco me iba haciendo más grande y empecé a aguantarme el pipí para poder
hacerlo en la calle cuando me sacaban. Ya me había ganado unas cuantas voces
por hacerlo en casa y no me gustaba nada. Eso cuando no me daban en el culo con
un rollo de papel. En cuanto cogía aquel papel lo mordía y lo destrozaba hasta
dejarlo esparcido por todo el suelo. Y me volvían a regañar.
Pero
aquello pasó a la historia. Cuando se van todos aprovecho para tumbarme
tranquilito en la cama de mi dueña. Y cuando me aburro cojo algún zapato suyo
que encuentre y que huele a ella y juego un rato. Me encanta todo lo que huele
a ella. El otro día, cuando ella no estaba vi aquella muñeca con la que tanto
juega. Me acerqué y la olisqueé. Su olor me llenó entero. Decidí jugar con
ella. Era como jugar con mi niñita.
Cuando
llegaron a casa, mi pequeña se enfadó conmigo, estaba triste, no paraba de
llorar, y volvieron a darme con el rollo ese de papel. No sabía que se
rompería. No tengo la culpa de tener los dientes tan afilados. Es cosa de mi
estirpe. Pero lo que más me dolía era que mi niña no quería jugar conmigo. Me
acerqué a ella haciéndole todas mis monerías. Pero nada. Seguía enfadada y
triste.
Desde
aquel día, ya nada era igual. Ella ya no venía conmigo en mis paseos, los
cuales eran cada vez más cortos. Ya no me dejaban correr libre como antes.
Ahora me llevaban siempre con una correa, que si intentaba correr más de la
cuenta se me clavaba en el cuello.
Unos
meses después, cuando yo era un poquito más grande, noté un revuelo en la casa.
Todos iban de aquí para allá y hablaban de vacaciones, de sol y playa. Yo
estaba encantado. Nunca había visto la playa, solo en la tele. Y deseaba
bañarme en esa agua que parecía tan fresquita.
Nos
subimos todos al coche, yo con mi lengua fuera, respirando como un loco por la
emoción y el calor que hacía. Cuando el coche paró y la puerta se abrió, fui el
primero en bajarme. Tenía muchas ganas de bañarme y beber agua. Estaba
asfixiado de calor.
Pero me
di cuenta de que allí no había agua. Solo tierra con la única sombra de un
árbol a la orilla de la carretera. Cuando me di la vuelta, las puertas del
coche estaban todas cerradas, y todos estaban dentro. El coche empezó a andar.
¡Se habían olvidado de mí! Les grité, les grité lo más fuerte que pude, corrí
tras ellos hasta que el calor me hizo parar.
Me
habían dejado solo, me habían dejado solo en mitad de aquel descampado. Estaba
solo. Mi niña me había dejado. Seguí andando en la misma dirección del coche,
pero no los alcanzaba. Tenía sed y no podía andar más.
De
repente un sonido muy fuerte me alertó. No conseguí esquivar a tiempo el coche
que se me echaba encima. Casi ni me tocó, lo suficiente como para hacerme daño
en mi pata izquierda delantera. No se paró para ver cómo estaba. Ya no podía
andar sin cojear. Un líquido rojo me goteaba por la pata. Así que busqué una
sombra donde pude.
Debajo
de aquel árbol me lamía la pata intentando sofocar ese dolor. Y en eso estaba
mientras dormitaba. Pasaron ante mí unas cuantas bicicletas. ¡Eran niños los
que las llevaban! Estaba salvado. Me puse en pie como pude y les grité para que
me vieran. Uno de los niños se bajó de la bici, y cuando pensé que vendría a
acariciarme, se agachó y cogió una piedra. Me la tiró. Los demás niños que iban
con él lo imitaron. Y a gritos de ¡Feo! ¡Pulgoso! Salí de allí como pude.
Ya no
encontré más sombras. Así que me tumbé lo más lejos que pude de aquellos
odiosos niños y lamí aquel líquido viscoso que me salía por todo mi cuerpo. Me
quedé dormido. Tenía tanta sed, que no podía estar despierto.
Me
desperté en un sitio diferente. Ya no tenía tanto calor y estaba tumbado en
algo esponjoso. Miré a mi alrededor y vi a una mujer acercarse a mí. Lloré e
intenté levantarme. Pero mis patas no me respondían.
-
Tranquilo. No te voy a hacer daño. Solo quiero que bebas un poquito de agua.
Aquella
mujer se me acercó con un cuenco lleno de agua. Le olfateé la mano y bebí de
aquel manjar que me supo a gloria.
De
aquello hace ya tres años. Desde entonces vivo con ella y con dos amigos más.
Me llamo Chico y mis dos hermanos se llaman Yogüi y Sam. Nuestra casa está en
la orilla de la playa, y allí nos juntamos todos los amigos del pueblo para
bañarnos y jugar. Ninguno es de familia reconocida. Pero eso ¿qué más da? Lo
importante es que todos somos una familia.
QQué bonito María. Yo sufro tanto por los animales que la gente abandona en cuanto llega el verano.
ResponderEliminarLa niña de la historia se enfadaba porque sus papis no le habían enseñado que los animales rompen cosas, pero el amor que nos dan lo superan. A mis hijos los gatos les destrozaron muchas cosas, pero jamás se les pasó por la cabeza enfadarse, y eran bien pequeños, solo hay que hacer que lo entiendan.
Un besín me ha gustado mucho, yo viviría feliz rodeada de animales.
La verdad es que la gente no entiende que los animales son algo fundamental en nuestras vidas, no son para usar y tirar. Y son animales, ellos no tienen raciocinio como nosotros. El perrillo de mi hermana cuando era cachorro rompió todos sus libros de Isabel Allende. La casa estaba repleta y solo tocaba esos... jijiji.
EliminarUn besillo.
Jajajaja, si me hace eso con Isabel Allende me da algo, que me encanta, pero pobre, a mí los gatos me han dejado sin agendas,jejeje.
EliminarBesos.
Que bonita historia de Chico y que pena como se puede abandonar un animal. Yo no tengo animales por mis alergias pero nunca abandonaría a ninguno. Es mejor no tenerlos que abandonarlos. Un abrazo
ResponderEliminarSi lo mejor es que si no los puedes tener que no los tengas.
EliminarUn besillo.
Qué bonita historia. EN mi casa estamos con la duda (bueno, el trío lo tiene claro) de comprar un perro, de raza pequeñita. Y sabiendo que son para toda la vida, me da miedo el echarme otra responsabilidad más...
ResponderEliminarBss
A mí me encantan los perros, pero sé que no puedo tenerlos. A mí me gustan los grandes, y en un piso como el mío, es imposible. ASí que me prece que me quedo con los de los demás.
EliminarUn besillo y suerte con tu decisión.
Es la típicamente triste historia de la mascota (con pedigrí, eso sí) que se le regala al niño o niña, fruto del capricho, como si de un juguete se tratara, y luego, cuando crece y empieza a "molestar", se lo abandona a su suerte.
ResponderEliminarUn bello relato contado a modo de cuento. Cuéntaselo a tus hijas.
Un abrazo.
Los animales no son caprichos, y eso lo deberían de entender todos los padres. Los niños siempre querrán animales, pero no querrán cuidarlos siempre.
EliminarUn besillo.
Ay María, qué bonito, hasta las lágrimas se me han saltado. Menos mal que este tiene un final feliz :)
ResponderEliminarBesitos!!
Este por lo menos si, lo malo es que no todos lo tienen.
EliminarUn besillo.
Ahi casi me hecho a llorar , son tantos los perritos que intento salvar con historias como esta tan tristes y que hacen que se me parta el alma ! hace poco que de todos los angelitos que he ayudado a encontrar hogar uno se quedo conmigo y desde entonces intento mimarlo y que pierda todo ese miedo que llego a sentir .
ResponderEliminarun saludo
La verdad es que no sé como la gente los abandona tanto, en fin, historias hay muchas, gracias a que hay gente como tú que ayuda a que encuentren un hogar en condiciones.
EliminarUn besillo.
Qué tierno el relato y qué gran lección nos deja acerca de la crueldad de abandonar a los animales. Yo no tengo ninguno, pero me parece una conducta terrible que dice muy poco en favor de nuestra condición de humanos. Me alegro mucho de que Chico al fin encontrara otra familia con la que ser feliz :))
ResponderEliminarBesillos de lunes, María!!
La verdad es que este relato acaba bien, pero no todos tienen la misma "suerte". Es una pena que en este país siempre se abandonen a los más desvalidos.
EliminarUn besillo.
Ohh qué bonito!!
ResponderEliminarY qué guapa estás en la foto con tu marido!! Que la he visto en Twitter.
BEsos
Jajajaja gracias. Ya la he borrado. La subí en un arrebato, porque no encontraba la contraseña de mi twitter personal.
EliminarUn besillo.
La crueldad me sigue pareciendo incomprensible. Pero no nos extrañemos que el ser humano sea capaz de abandonar y apedrear a un animal ¿Acaso no lo hace con los más débiles e indefensos de su misma especie?
ResponderEliminarBesos. Relato con un final feliz.¡Menos mal!
Es una pena, pero tienes razón, se dejan abandonados tanto a perros como a personas que nos han cuidado toda su vida. Es una pena, pero este país es así, a ver si va cambiando.
EliminarUn besillo.