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Shshshsh callaros de una vez, nos van a oír.
Las
risas apagadas por las manos en la boca se oían como un murmullo, aun así
Carlos regañaba a sus hermanos pequeños. Él era el mayor, el responsable. Con
sus siete años ya era todo un hombrecito y era su responsabilidad cuidar de sus
tres hermanos pequeños.
Eran
las 2 de la madrugada de la noche del cinco de enero. Se habían puesto un
despertador que le había regalado su abuela por ser ya un niño mayor. Sus
padres dormían, pero para asegurarse tenían que asomarse a su puerta.
Los
cuatro niños en pijama andaban de puntillas con sus pies descalzos, pegados a
la pared. Marta de seis años y los mellizos, Roberto y Lucía de cuatro se
arremolinaban y se empujaban conforme avanzaban entre risas. Carlos se volvió
hacia ellos con la cara de enfado y con un dedo en su boca para que se
callaran. Los tres se pararon en seco, y se regañaron unos a otros entre
susurros.
La
puerta de la habitación de sus padres estaba cerrada, así que Carlos giró el
picaporte muy despacio y se asomó por una pequeña rendija. Sus tres hermanos también
querían mirar, con lo que se empujaron para conseguir ver lo que veía su hermano
mayor.
Con el
peso de los cuatro, la puerta se abrió de par en par. Su padre dejó de roncar y
su madre se dio la vuelta. Ninguno se movió, se quedaron como estatuas esperando
la regañina de sus padres. Pero nada sucedió, los ronquidos volvieron y ellos
cerraron la puerta.
- Si
queréis ver a los Reyes Magos tenéis que estar en silencio. No pueden saber que
estamos espiando. Marta, ¿has dejado las almohadas en posición para que se
crean que estamos dormidos?
Marta
asintió, y todos se pusieron tan serios como la ocasión requería. Querían
conocer a los Reyes, y se iban a pasar la noche en guardia para verlos.
Cuando
llegaron al salón todo estaba en orden, los vasos de leche enteros sobre la
mesa, los cuencos con agua hasta arriba en el suelo, los zapatos vacíos de
caramelos y ni un solo paquete debajo del árbol.
Cogieron
los cojines de los sofás y los pusieron en el suelo, escondido de las vistas
del árbol. Harían guardias de dos en dos para no dormirse, un mayor con un
pequeño. Los primero en hacerla eran Carlos y Lucía. Estuvieron asomados al
sofá durante una hora, y cuando el despertador cambió la hora, Marta y Roberto
se despertaron para cambiar el turno.
-
Niños, ¿qué hacéis aquí?
Carlos
fue el primero en abrir los ojos. ¡Se habían quedado dormidos! La luz entraba
por los ventanales del salón. Se levantó de un salto y echó una ojeada mientras
sus hermanos se espabilaban. Los vasos de leche y los cuencos de agua vacíos,
los zapatos llenos de caramelos, y debajo del árbol un montón de paquetes.
Una sonrisa
le iluminó la cara, miró a sus hermanos y todos corriendo se pusieron a abrir
los regalos. El año que viene ya tendrían otra oportunidad de conocer a los
verdaderos Reyes Magos.
La inocencia de los niños que maravilla de relato. Cuantas caras de felicidad, de alegría, de susto, de lloros había ayer en las calles viendo la cabalgata
ResponderEliminarLa verdad es que son seres mágicos, me encanta ver las caras de los niños cuando ven a sus queridos Reyes. Es muy emocionante.
EliminarUn besillo.
¿Quién no alguna vez quiso pillar infraganti a esos Reyes magos?
ResponderEliminar¡Que levanten la mano!
Bendita inocencia.
Besos
Jijiji yo creo que todos hemos querido verlos.
EliminarUn besillo.
Ja, ja, ja... Si, creo que todos hemos hecho algo parecido alguna vez... y nunca hemos conseguido verles la cara. A mí, una vez, me pareció ver a un camello saliendo mágicamente por la ventana, pero no sé si fue un sueño...
ResponderEliminarEn fin, que buen relato, me recuerda mucho a una secuencia de dibujos animados que no alcanzo a situar...
Besos
Pues que suerte tuviste. Yo ni el camello he visto. Mis hijas oyen las campanas de Papa Noel, y les aparece haber visto un trineo volando. Pero a los Reyes aún no los han visto.
EliminarUn besillo.