Soy
gata. Y os lo digo para que no haya confusiones, sí, soy gata. Y como
cualquiera de mi especie felina, tengo siete vidas. Muchos podrán pensar que es
una suerte, y que tenemos siete oportunidades para vivir. Pero no piensan que
la vida de una gata es muy difícil.
Ahora
empiezo a vivir mi quinta vida. Sí, ya he tirado a la basura cuatro, y podréis
pensar que seguro que no será para tanto. Pues bueno, os contaré mis cuatro
primeras vidas, y así podréis juzgar vosotros mismos.
La
primera fue la más inocente. Yo nací de una gata persa preciosa, blanca con una
pata negra. Pero mi padre era un gato callejero que se coló por la ventana un
día de mucho calor, y mi madre se enamoró perdidamente de aquel felino
insolente.
Yo nací
con un pelo, ni largo ni corto, y una mezcla de colores un tanto feúchos. Tuve
cuatro hermanos más, pero ninguno querían jugar conmigo, ellos se parecían más
a mi madre. Yo los ayudaba en todo lo que querían, y hacía todo lo que me
mandaban, colgarme de las cortinas, arañar el sofá tan gustoso, coger todos los
libros que caían de las estanterías tras mis pasos,…
Quería
caerles bien a mis hermanos, pero no lo conseguía. Para jugar ya se bastaban
solos.
Un día
que conseguí abrir un mueble de la cocina, mis hermanos me dijeron que me
comiera una cosa riquísima que había allí dentro. Era un manjar para los gatos
más delicados. Yo abrí la caja y su contenido se derramó por el suelo. Empecé a
lamer, pero aquello no me parecía tan rico. Resultó ser detergente de la
lavadora, y morí intoxicada.
Mi
segunda vida no fue mucho mejor, nací en plena calle, rodeada de un montón de
gatos despeluchados, cojos e incluso algún tuerto. Todos sucios y hambrientos
recorrían los bares de la zona y corrían cuando pasaban los coches demasiado
cerca.
Cuando
empecé a moverme por mí misma, intentaba buscar comida por los mismos sitios y
de la misma forma que mis compañeros. Pero los gatos de mi comunidad sabían más
que yo, tenían más experiencia, y apenas quedaba nada para mí. Además yo tenía
algo que ellos no tenían, esta vez había nacido negra. Y eso para los humanos
de los que dependía era lo peor. Les traía mala suerte. Que digo yo, la mala
suerte la tenía yo, que no conseguía comida ni poniendo mi cara más lastimera.
Me
quedé sin fuerzas y ya casi sin moverme
me tumbé en medio de la carretera. Prefería morir atropellada, que con esa
lenta agonía.
Mi
tercera vida fue un poquito mejor, nací de una gata que murió al darme a luz,
mis hermanos murieron con ella. Yo fui la única que sobrevivió. Y empecé a
vivir en una casa donde era querida. Un matrimonio y su hija de ocho años me
tenían entre algodones. Esta vez era completamente blanca. Y mi pelo era largo,
así que mis dueños se pasaban el día acariciándome. Algo que yo agradecía con
ronroneos y restregones en sus zapatos.
Pero
hay algo que las gatas poseen, y que puede desesperar al humano más paciente. Y
es el celo, cuando lo tenemos no podemos evitar llamar al macho con
insistencia. El problema es que yo lo tenía más a menudo que cualquier otra
gata, así que mis dueños me llevaron al veterinario. Resultó que me había
salido un bultito que me tenían que operar, si no querían que muriera más
pronto que tarde.
Yo
estaba asustada, pero mis dueños no soportaban más mis alaridos con lo que
decidieron operarme y ya de paso quitarme mi opción de ser madre. No llegué a
despertar de aquella operación, la anestesia no me sentó bien.
Mi
cuarta vida fue la más larga y la más tormentosa. Nada más nacer, me separaron
de mi madre y mis hermanos. Era de raza pura y pagaron por mí una fortuna. Me
llevaron a una casa enorme con dos niños preciosos y malcriados de tres y cinco
años de edad. Nada más conocerlos me puse muy contenta, porque había niños en
mi vida, y mi experiencia anterior había sido muy buena. Pero estos niños
tenían otros planes para mí.
Tuve
una larga vida rodeada de las travesuras de aquellos dos demonios, de los que
me escondía en cada rincón de aquella casa enorme. No me faltaba comida, ni agua,
tenía una habitación perfecta para mí sola, que solo podía disfrutar de noche,
cuando aquellos benditos acababan rendidos.
Morí de
vieja, con una inyección del veterinario, mientras los niños que ya habían
crecido me miraban con lágrimas en los ojos.
Ahora
estoy en mi quinta vida. Y la verdad es que aún no sé ni de qué color soy, no
sé si seré de buena familia o callejera, pero agradezco una cosa, acordarme de
mis otras vidas, porque en esta la que va a dar guerra voy a ser yo. Se
acabaron las buenas formas. Seré arisca y egoísta. Mis vidas me enseñaron, que
para sobrevivir tengo que enseñar mis uñas y mis dientes. Y eso es lo que voy a
hacer.
Ayyyyy con lo que me gustan los gatos me has hecho sufrir. Ojalá de verdad tuvieran 7 vidas, el mío mayor tiene trece años y sufro mucho por él, tengo pánico a que le pase algo aunque está sanísimo pero la edad...
ResponderEliminarUn besín y me ha encantado, seguro que la vida de gata arisca le va mejor.
Yo tuve una gata muy arisca, en la que me he inspirado para hacer este relato. La verdad es que la echo mucho de menos, pero bueno la tengo en mi recuerdo y me inspira a escribir.
EliminarUn besillo.
Pobre gatita, no me extraña la decisión que toma para su quinta vida... espero que tenga más suerte y que no tenga que sacar las uñas más a menudo. Me ha encantado, supongo que porque me pirran los gatos. La mía era una "tricolor" y tienen mala fama por el genio que tienen, pero a mí me adoraba.
ResponderEliminarUn besito, María
Ayy la mía era una callejera blanca con muy mala leche. Pero yo la quería con locura.
EliminarUn besillo.
Qué texto tan original, María!! Siempre había oído hablar de las diferentes vidas de los gatos, pero nunca me había planteado que pudieran ser como reencarnaciones, con diferentes formas físicas y diferentes vidas. Un planteamiento estupendo!!
ResponderEliminarCreo que esta gatita va a dar mucha guerra en su quinta vida. Espero que le vaya muy bien y tal vez podamos conocer sus aventuras, no? :))
Un beso grande y feliz día!!
Bueno nunca se sabe lo que nos depararan las letras, puede ser que sepamos más de esta gatita.
EliminarUn besillo.
Te has colocado muy bien en la piel de la gata. Muy original. ¿No será que ahora estás en tu sexta vida y te has reencarnado en escritora de blog (y mamá por supuesto)?
ResponderEliminarMe gustan los gatos, en mi familia tenemos una gatita adoptada y ya es como uno más. A ver si un día le pregunto que vida lleva y me lo cuenta tan bien como tú
Besos
Ammm estaría bien estar en mi sexta vida, aunque un poco rollo porque no me acuerdo de las anteriores.
EliminarYo también tenía una gata que me encontré en la calle. Pero desafortunadamente la tuvimos que dar. Ahora la echo mucho de menos.
Un besillo.
Qué relato más simpático, María. Una amena y gatuna experiencia a través de las cuatro vidas de un gato. Te has atrevido a meterte en la piel de un felino y narrarnos sus desventuras en cada una de sus vidas, a cada cual más dura y trágica, aunque son sus momentos de felicidad, breves, eso sí. Me ha gustado la originalidad de este punto de vista, y ese final de rebelión. Nos muestras todas o casi todas las formas de ser de los gatos, y nos dices por qué se comportan así. ¿Será verdad? Es igual, me lo he pasado muy bien con esta historia fresca y divertida.
ResponderEliminarUn abrazo, Compañera de Palabras.
Me encantan los gatos. En realidad todos los animales, pero los gatos me parecen seres incomprendidos que se merecen también su espacio. No sé si he acertado en el porque hacen las cosas que hacen, pero mi gata tenía mucha personalidad, así que supongo que todos la tendrán a su manera.
EliminarUn besillo Compañero.